
por Marina Zaoli
IDENTIFICACIÓN
La capacidad de identificarse con el otro es un fenómeno natural que caracteriza a las especies más evolucionadas.
La identificación en el otro es una de las características más importantes en el desarrollo del individuo y es un fenómeno natural que no sólo es humano, sino que también pertenece a otras especies. En psicología, a nivel del comportamiento y de la forma de sentir, ya se había comprendido y estudiado la capacidad de identificarse con el otro, pero ahora, tras el descubrimiento de las neuronas espejo, también hay pruebas anatómicas de ello.
Las neuronas espejo son una población de neuronas visuales-motoras que se encuentran en primates, algunas aves y los seres humanos. Estas neuronas se activan tanto en el momento en que el individuo realiza una acción como mientras observa una acción realizada por otros. Es decir, tanto realizar como ver a otro realizar una acción activa por igual una determinada zona del cerebro.
En los humanos, las neuronas espejo también se encuentran en el área de Broca, que es la sede del lenguaje, una función, por tanto, aún más elevada y en conexión con nuestra parte más emocional y profunda.
Al activar estas neuronas en el momento en que el individuo ve la acción que está realizando otro, y esta acción es sentida, vivida como propia, (ya que se activa la zona correspondiente a esa acción en su cerebro), es capaz de percibir, de comprender perfectamente lo que el otro está haciendo y de identificarse plenamente con él.
Uno puede sentir lo que el otro siente, pero también lo que el otro sufre.
Sabemos, por las investigaciones de una gran psicoanalista: Melania Klein, que el niño, durante su desarrollo, pasa por una fase que se llama “reparadora”. Su nombre deriva del hecho de que, a medida que los niños toman conciencia de sus impulsos y sentimientos, se dan cuenta de que han sentido y expresado sentimientos de agresividad, envidia, ira, hacia su madre, cuando no siempre han obtenido de forma inmediata y plena la satisfacción de sus necesidades. Así, proyectan en ella su resentimiento, que creen que puede destruir todo de forma omnipotente y mágica, en particular a su madre. Creyendo, sin embargo, que ha destruido a su madre, el niño se siente culpable y empobrecido. También cree haber perdido la perfección del amor y la omnipotencia original que existían inicialmente en la pareja madre-hijo. Pero en el momento en que lo intenta y, sobre todo, se da cuenta de que puede restaurar lo que había destruido y lo consigue, se siente a su vez más fuerte, más poderoso, más creativo, más rico.
Y sólo cuando puede sentir, cuando comprende que ha destruido, cuando entonces tiene una identificación con el sentimiento del otro, cuando entra en la fase reparadora, comienza su verdadero camino de relación y crecimiento.
Es a partir de esta percepción del sentimiento del otro, que surge también el sentido del pecado, la posibilidad de sentir culpa: sólo identificándose con el otro, comprendiendo lo que el otro siente, se puede comprender lo que uno ha hecho, evaluar la magnitud del daño causado. Pero, del mismo modo, sólo cuando uno es capaz de reparar, puede volver a sentirse entero, completo, poderoso, no destructivo, bueno, realizado.
De manera especular, también es posible comprender la posibilidad del perdón. Si uno comprende por qué el otro nos ha herido y las razones que hay detrás, identificándose con sus sentimientos, no está tan lejos de comprender, compartir y poder “superarlo”, es decir, de perdonar.
Todas estas experiencias forman parte de la historia de cada uno de nosotros, pero también de toda la humanidad.
Moral de obediencia y perfección
En todos ellos se habla de un diluvio universal, que vino como castigo divino por la desobediencia y la voracidad de los hombres, y de la muerte como castigo por haber profanado o bien el árbol de la vida, o bien ciertas reglas que habían sido dadas por los dioses a los mortales. En muchos de estos mitos, especialmente donde encontramos el árbol y la serpiente o, en lugar y de la serpiente, un dragón o demonio, la culpa original recae en la mujer y a menudo el castigo más terrible es precisamente la pérdida de la inmortalidad.
También conocemos el motivo. Por una parte proviene de la pérdida de omnipotencia ligada a la separación de la madre (asimilada en el primitivo como en el niño al entorno y a la divinidad, ya que todo en sus mentes está y estaba conglomerado), por otra parte proviene del advenimiento del patriarcado. Como sostiene Bachofen, del que luego se hizo eco Fromm, mientras que en el matriarcado la ley que rige es la del amor y la aceptación, ya que todos son hijos de la madre y hermanos entre sí, en el patriarcado, en cambio, como señaló Freud, la ley se convierte en la de la competitividad, la agresión, el miedo y la traición. Se crea la horda salvaje que describe, en la que todos los hermanos se unen para matar a su padre y hacerse con su poder.
La sociedad se vuelve violenta y sigue la ley del talión: ojo por ojo, diente por diente, todo desde una perspectiva punitiva y negativa. Se enseña a luchar siempre y a no mostrar piedad. Se pierde esa ética natural a la que toda sociedad y todo individuo deberían remitirse en cambio, a saber: si comprendo el mal que hago, temo que vuelva, y hacerlo me priva de mi plenitud e integridad, estoy fuertemente motivado para abstenerme de cometerlo.
Pero hoy sabemos que el mal que se comete, o la capacidad de identificar el mal que se puede hacer o procurar, se recibe precisamente a través del sistema de neuronas espejo, a través de la capacidad de identificarse, y que esto es patrimonio común de muchas especies.
Durante todo el periodo patriarcal, por tanto, la sociedad es violenta y punitiva, y hay un intento constante de dominar al otro y mantenerlo en el dominio propio. A partir de este momento comienzan las guerras de conquista y la formación de las clases sociales. Se enseña a no identificarse nunca con el otro (pensemos en los jóvenes espartanos que tenían que matar a un hombre para ser considerados adultos), porque utilizar esta capacidad, ponerse en el lugar del otro, supondría una pérdida de poder, ya no se mandaría desde arriba, ya no se sería un amo absoluto.
Con estas reglas sociales, no puede haber posibilidad de identificación ni de perdón, que sólo existe en la comprensión de las necesidades del otro.
Como se ha dicho, el perdón es precisamente el resultado de comprender por qué el otro hizo esa acción, identificándose con él.
Sin embargo, al hacerlo, el poder disminuye. Porque cuando un individuo tiene todo el poder y el otro está completamente subyugado y obligado a someterse, el poder del que manda es fuerte, pero si el “amo” se pone al nivel del “esclavo”, hasta llegar a una situación de hermandad, su poder disminuye cada vez más. Sin embargo, este comportamiento, esta experiencia, también conlleva la pérdida de la sensación de bienestar y reaviva el miedo al retorno mágico del mal hecho, que siempre está presente en nuestro inconsciente (y que fue real y poderoso a nivel histórico en la época tardorromana y en la Edad Media…) .
Una forma similar, aún mágica y arcaica, de leer la realidad se encuentra en el Antiguo Testamento: todo lo que nos ocurre es porque nos comportamos de una determinada manera, incluso las enfermedades se derivan de una falta, son castigos divinos.
Muy diferente y más moderno es el mensaje del Nuevo Testamento, son las palabras y las parábolas de Jesús.
Hay que considerar, sin embargo, que la dicotomía entre castigo y misericordia que ya se encuentra en la Biblia, pero que en el Evangelio se inclina fuertemente hacia la misericordia, depende de la doble necesidad: por un lado, de educar a un pueblo con normas que deben ser profundamente asimiladas y respetadas, y, por otro, de la necesidad de reintegrar y reinsertar a quienes no las han aplicado correctamente. Es fundamental poder volver a aceptar incluso a los más débiles, incluso a los más “pecadores”, enseñarles a identificarse con el otro y a respetar la identidad, la dignidad de cada uno, pero también enseñar a todos la posibilidad del perdón.
Hacerlo abre de nuevo la posibilidad de reintegrarse como hijos y hermanos.
Aquí está ágape y filia. Esto es lo que se anuncia en las bienaventuranzas.
CRECIMIENTO
Ética del compromiso responsable y perfectibilidad
Hemos pasado de la imagen de un Dios todopoderoso y terrible, al que todos intentan robar la omnipotencia, como en el episodio de Lucifer, o por cuya benevolencia nos manchamos con los mayores crímenes, como en la historia de Caín, tan envidioso de la relación de su hermano con Dios que lo elimina, a un Dios que también pide nuestra ayuda, la colaboración armoniosa de toda la humanidad para construir y hacer que el mundo se realice, un Dios que a su vez debe ser “construido”.
Se trata de un punto de vista evolutivo y revolucionario, que se nos revela cada vez más, pero también es el punto de vista intuido por Teilhard y que ahora, a todos los niveles, se hace cada vez más evidente.
Como dice TeilhardEl Cuerpo de Cristo debe ser interpretado con audacia, tal como San Pablo y los Padres lo entendieron y lo amaron: forma un mundo natural y nuevo, un organismo animado y móvil, en el que todos estamos unidos, física, biológica.” [1] Este concepto es cada vez más compartido y actual.
Incluso en la encíclica “Laudato sii” el Papa Bergoglio trae a colación el episodio del lobo que se encuentra en los fioretti de San Francisco, y exhorta a una nueva conversión en la que se respete la naturaleza y todas sus criaturas (empezando por los demás seres humanos…) y en la que todos debemos construir, sin dejar piedra sobre piedra respecto a la perfectibilidad de la creación.
MISERICORDES SICUT PATER
“Cada vez más claramente, a través de todas las vías del conocimiento, nos descubrimos sólidamente implicados en un proceso (la Cosmogénesis que culmina en la Antropogénesis) del que depende misteriosamente nuestra realización o, si se puede decir así, nuestra beatificación. La creciente evidencia de que el propósito de cada uno de nosotros (podría decirse nuestro ultra-ego personal) coincide con algún término común de la Evolución (con algún super-ego común… Pero, ¿no es éste exactamente el principio universal de atracción que antes postulábamos e invocábamos para hacer coherentes desde dentro los núcleos rebeldes de nuestras individualidades, para unificarlos hasta lo más profundo del corazón?
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Resumo y concluyo
[1] P. Teilhard, El hombre, el universo y Cristo, Jaka Book, pp. 30
[2] P. Teilhard, El porvenir del hombre, Jaka Book, p. 252 – 253